19.11.08

ayer

ayer llovía por ahí detras. arriba, en el cielo. hoy, sin embargo, el calor aprieta tanto que ahoga, como Dios, o quizás no, considerando Dios como algo que de verdad existe y asume paciente nuestras verguenzas; tolerante, prosaico, alejado de nosotros tal que el hoy de la lluvia, el estremecimiento que, supongo, siente al atisbar la caida del ejercito de gotas sobre el suelo, de migrar el aire turbulento de un sitio a otro, de los malditos truenos que mojan fuego.

hablar de Dios es temerario, lo asumo. nada se obtiene de su critica salvo odio, o miedo, o simple pasotismo, o incontinencia verbal o cerebral; siempre pensé que la fe era contraria a la razón, y son tantos los ejemplos que moriría de anciano antes de terminar de contarlos todos. nada mueve una montaña, salvo el tesón, la necesidad o el gusto de hacerlo.

sin embargo algo tiene el agua cuando la bendicen. Ignoro si el miedo, latente, el que te hace mirar hacia la espalda, el que te eriza el vello, el miedo verdadero al fín y al cabo, es una parte importante de la fe y se abstrae de todas las consecuencias, del resto de las situaciones mundanas que confluyen en esa misma fe a lo perdido, a lo alejado, al mismo rayo o a la lluvia que ayer atormentaba y hoy solo es recuerdo, o es precisamente el recuerdo el que necesita de la fe, o al contrario; quizás el saber que el amigo, el hermano, el allegado duerme o vive más allá de las montañas que no movimos, o se desperezan en un mundo nuevo, consistente, brillante y sedoso, desprovisto de las maldades propias de la naturaleza y el instinto humano, o simplemente es alejado para que no lo corrompamos, nos haga sentir mejores. Tal vez sea todo una falacia, una mentira piadosa que nuestra mente, nuestro corazón, el sí total que representa al hombre respecto al resto de las cosas, necesita para reencontrarse consigo mismo, para que se autoempuje, para que viva sin saber, o sin pensar, o ámbas cosas o ninguna, para que, en un momento dado, crea que la vida es algo más que lo antes expuesto, una semana sin dias, un camino oscuro, una maraña de sueños que no terminan en ningún sitio.

la verdad es siempre relativa, como el estado del tiempo, como el alma transparente que nunca tocamos y que a la vez juramos que tenemos, o perdemos en una tirada de dados para intentar hallar, por fín, el misterio que a todos nos acontece, el final del camino nunca practicado.

tal vez nada sea tan cierto como que Dios existe, o Alá, o Elohím o Zeus, o Jehová u Odín. tal vez seamos nosotros solo el recuerdo de alguien que nos observa, temeroso, arrodillado entre lluvias de velas, aposentado en una sinagoga o brindando al sol en lo más recóndito del bosque, llorando por alguien que alguna vez fuimos y ya no seremos. Tal vez la mayor de las ironías fuera que, en realidad, nosotros no existieramos nada más que para nosotros, que nada nos importase salvo nuestro ombligo, y que todo lo posterior sea una sarta de mentiras, que fueramos nada y que allí volveremos, por los siglos de lo siglos, que nos reste únicamente una lápida, un tarro florido encima de una mesita de te, una foto descolorida en un album de fotos que ya no se abrirá jamás.

siempre pensé que la vida era un paseo en bicicleta con las ruedas pinchadas, un reloj adelantado al ayer, un suspiro que se exhala antes de despertar un sueño.

ahora deseo creer, y pido a Dios que Dios exista, que se muevan las montañas, que el agua sea vino y que el arcoiris llegue a Asgard, que una parcela de ese mundo infinito sea cierto y que los soles que me duermen en las cunas tengan su sitio en esa alfombra celestial, dentro de mil años, cuando se tiempo se acabe, pese a su padre.

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