1.1.09

de los muñecos y sus cuerdas

a veces aprendemos por las malas que somos seres imperfectos, que aunque en principio nada nos concierne, nos afecta, nos duele, que nada es importante salvo nosotros, la providencia viene a demostrarnos que somos endebles y caducos; que a veces el destino- esa parte de la vida que no puede rebobinarse como una cassette cualquiera- nos da su verdadero abrazo y nos regala su preciosa daga de cristal en nuestra espalda. entonces aullamos y comprendemos que mientras el ego es fuerte, o duro, o frío o impenitente, todo es perfecto porque la maquinaria funciona, y la vida te sonrie, aunque no caigamos en la cuenta que la sonrisa es la peor de las armas, la que te desnuda y te enseña que bajo los carnosos labios, unos colmillos se afilan con tu piel; pero cuando el orgullo se rompe, se resquebraja, se pierde por el desfiladero de la verdad, todo se acaba, se hace trizas y toca recomponerse y barrer el suelo y jugar al puzzle de las almas, y volver a colocar las cosas en su sitio y pretender silbar que aquí no ha pasado nada, aunque ese mismo nada se te salga por la boca, te enjuague los ojos, te muerda la vida.

a veces ignoramos que no nos divisamos demasiado bien en el espejo, no atendemos a las suplicas de por quien vivimos y terminamos creyendo que somos entes quasiperfectos, que nuestro camino es único y que se agarre el que quiera hacernos variar el rumbo, que mantenemos una veleta en el rostro y que nacemos para mirar al frente y que nada es lo suficientemente importante como para agacharse a recogerlo si interfiere en nuestros pensamientos, deseos o realidades, que nada puede cambiar nuestra personalidad- o el ego, tan henchido como una garrapata en perro ajeno- y que así nos guisaron y comes o te largas; es justo entonces cuando acaba el camino y sigue el tonto, cuando te partes la cara contra la pared porque nadie te ha explicado que cuando vives para ti mismo en realidad estás mirando por el ojo de la cerradura de una puerta tapiada, que los espejos que nunca observaste, salvo para atusarte el flequillo son en realidad la parte afilada de la daga que ahora se aposenta en tu espalda, que nada eres si a nadie sirves, que nada sirves si solo eres, y no dueles o padeces o ries o lloras y compartes esos sentimientos, esas pinceladas que son la que de verdad le da color y sentido al cuadro malvendido de la vida, aun cuando suponemos que la vida es corta e intensa y debe ser aprovechada al máximo, aun cuando la máxima de la vida es vivirla pausada y risueña, pese a las prisas.

a veces aprendemos por las malas que somos muñecos instruidos desde pequeños, que desde que nacemos nos aferramos al sol que mas calienta y nos enseña, y nadie nos cuenta que, esas mismas veces, nuestro sol, al que alabamos, no es perfecto, ni dulce ni dorado, pero nos acostumbramos tanto a su mañana que al final nos convertimos en eso mismo que bebemos a diario desde que nacemos; y nuestra personalidad, la que nos acompañará para siempre hasta el final, el fondo, el calvario o el propio cielo, depende demasiado de los que nos preceden, y tendemos a repetir los errores de los que nos enseñan, nos cuidan, nos educan, y no paramos a observarnos al espejo para ver que nadie es perfecto- acaso la cerveza, cuando fría se espuma y te besa los labios- que verdaderamente todo es posible, que podemos limarnos y ser buenas personas, afables, convenientemente adorables, aunque sea a ratos, y darle la mano a la persona que te quiere y dejes que te guie los pasos, pese a que el amor sea ciego, o sordo, o vago.

a veces es bueno caerse, tropezarse, morir un rato, porque desde el suelo toda perspectiva es diferente, todo cambia de dirección y sentido y a la vez- curiosamente- todo permanece como estaba, inalterable.

a veces los peores - o los mejores - golpes son los que te abren los ojos, porque son los que verdaderamente duelen y entonces por primera vez das cuenta que no solo de sol vive el hombre, que entre la penumbra, o la niebla, o la humedad o el rocio, te encuentras la seta que te dobla el tamaño, y saltas alegre por la vida como un fontanero cualquiera, pese al bigote.



a mi amigohermano, pese al apellido