17.11.05

SENTIR.

Sientese y apague la luz hasta solo dilucidar dificilmente las palabras que lee en este momento. Relájese, intente no ponerse nervioso y asegúrese que la puerta está cerrada. Ahora busque la situación mas adecuada para sentir algo cruel. Deje que un pensamiento relativo a lo efímero de la vida que ahora vive le connote una lágrima esquiva y oscura. Atorméntese, olvide la felicidad. Sientase culpable de algo que nunca hizo, laméntese de lo macabro e incoherente que ahora se siente. Añada a ese caliz de punzadas unas gotas de injusticia; ese fino dolor de la inmundicia de su alma, ese pellizco macabro que les descubre desnudo ante la muerte de su mundo, de su jardín del tiempo, de su vida al fín y al cabo.

Descanse. La primera prueba ya ha pasado.

Sigamos.

Cierre los ojos, lentamente, como si fuera la última vez que fuera a ser capaz de ver la luz que ahora le adorna las imágenes que distingue entre la verdad y la mentira que nos rodea. Imagine, entonces, que no exhala ningún tipo de elemento; que no respira, que se extinguió lánguidamente en un momento descuidado en el que dejó de ser para convertirse en fue. Sus hijos llorando, su mujer desmayada ante la incomprensiva mirada de los que apoyaron este maldito experimento sobre las lineas de la vida y los borrones grisaceos, tétricos y tenebrosos que una mano experimentada y diabólica le hace padecer al escribir su futuro, o la falta de éste. Sienta como, despues de la luz de la edad que aparentaba y que le hacía testigo del tiempo recorrido, ahora ya no quede nada. Vacío, soledad compartida por la sombra de su cuerpo inerte que le dispensa una sonrisa muerta. Vea como la melancolía de cualquier tiempo pasado le conmueve y le apena, le traspasa, le hunde un poco más en el pozo negro en el que ahora habita. Sientase clérigo de la noche eterna, comparta las miserias del presente con los recuerdos de la opulencia y los sentidos, muerase un poco más, hasta llegar al fondo, al final.

¿ Le resulta doloroso? Es normal. Tenga en cuenta que nunca antes se había encontrado en esta situación. No es agradable, ni siquiera puede sentir un dolor físico, acaso psicológico, pero la verdad es que duele como un demonio. Eso si que lo entiendo.

Ahora despierte, encienda la luz y vea como su cuerpo ha cambiado, sienta una belleza incomensurable, la fluidez de los movimientos que se engarzan unos de otros como si representara fielmente la danza mas sentida y perfecta. Asómbrese ante lo terso de su rostro, ante la voluptuosidad de sus manos y la manzana rojiza y brillante de sus labios. Conmuevase ante la sensación de poder de sus ojos vidriosos, ante la energía que sus músculos derrochan sin aparente fragilidad y ante el cosquilleo que la luz le acarícia cuando se le acerca. Intente respirar, notará que el aire ya no es necesario, que se alimenta de los oleos vivientes que ahora le rodean, las estampas de lo cotidiano, la belleza de las formas. Piense como es posible que antes jamas hubiere parado a contemplarlos, a degustarlos como dulce fruta de pasión de lo apreciado. Siéntase un cisne blanco que resucita cada segundo de un lago tan azul como las mejillas de las estrellas que en este momento ha descubierto; escondidas, lastradas en una soledad tan infinita que las arrugan ante la inmensidad de sus destellos. Hágase uno con ellas, saboree el temple de la distancia tan cercana de lo eterno. Fluya entre sus haces, diviertase soñando que puede jugar entre ellas mientras duerme el sueño que siempre vivió, pero que nunca se atrevió a descubrir.

¿ Qué le parece? ¿ Cree que ha cambiado su suerte, que todo lo anterior solo era una pesadilla horrible debido a la ingestión convulsiva de la cena de ayer?

Lo siento, pero está usted equivocado.

Mire de nuevo sus manos, aquellos apendices volátiles y note como un líquido convulso gotea de sus uñas de nacar. Paladee su boca, depure el sabor salado y ácido que hace que se erizen los vellos de su espalda. Sienta de nuevo el ansia que le hizo buscar ese momento, ese instante en el que su mente sólo era un leve resquicio de lo que antes había sido su humanidad.
Advierta ahora de las manchas de su ropa, del tejido inerte que porta como si no fuera suya, como si en realidad sintiera que es ajeno a todo lo que usted se ha convertido.

En efecto, esas manchas que se adhieren a su indumentaria es sangre. Sinceramente, no podría decirle si es de un animal doméstico o de algún ser querido. En realidad cuando usted la buscaba posesívamente, apenas dio importancia de donde provenía el manantial de vida que buscaba en la linfa que le ha vuelto a la vida. O a la muerte. Todo según se mire

Bueno, de todas formas, ahora eres un vampiro…¿ Qué otra cosa ibas a hacer?
Bienvenido al club.

14.11.05

LOS PÁJAROS.

Mira como los pájaros juguetean a traves del aire, como se internan en el eter para poder paladear la sensación de luminidad que sus alas, grises y meditabundas, redundan sobre el mismo aire que respiro y vuelan.

Y juegan a cogerse, a piar intrínsecos como si el hambre o el jolgorio los hicieran convertirse en una mañana de estallidos, en un eclipse de luz, en una amapola rojiza; infectan por simpatía la amalgama de sus trinos, sopranos y discordantes, entre los árboles frondosos que los arropan.

Yo les echo pan y ellos se acercan, como si para ellos un duro mendrugo de maiz fuera la flauta de Hamelín de gorriones, como si la propia vida eólica se les escapara por sus bocas de piñoncitos; Esos quesitos amarillos y triangulares, encorsetados por las boqueras y radiantes sus cabecitas que hacen marco de sus ojos redondos, vivos, menudos, agudos, incansablemente oriundos y habilidosos, incapaces de permanecer quietos o callados.

Luego saltan y se esfuman, de derraman por el aire como una lluvia invertida desde el suelo al cielo. Y se van como han venido, posándose en las ramitas cayosas de los árboles y en las motas de polvo ceniza de la ventana por donde los observo. Y se alejan para volver a formar la nube de graznidos que se funde con los quicios de las ventanas y las antenas que mortifican el urbano e inhumano paisaje; se queda la manta de grises que le dan colorido a mis oidos, mi ventana, mis alas invisibles que lloran por no volar con ellos; de rama en rama, de pio a pio y saltaremos con las patas juntas y enjutas, anaranjadas.

Yo no vuelo, no me dejan, pero entre mirada y sonrisa, pellizco el mendrugo de pan y me siento a escuchar como cantan.

En breve atardece y corre el tiempo hasta llegar a la noche. Y los pájaros duermen con las boquitas abiertas, entre las ramas, entre las patas. Su pan duro es el frío que los violenta. Y así quedan, como molletes redondos y emplumados en un mostrador de verde, bajo el negro del cielo, con sus ojos cerrados…

EL GATO MUERTO

Un gato callado hace gala de su silencio, en la carretera.
No dice nada, ni siquiera vive, solo hace caso omiso a la circulación fluida del tráfico y permanece tan quieto, que cualquiera diría que esos ojos amarillos, tan reales y rasgados como el resto de su cuerpo, te mirasen y te señalasen con el dedo culpable de su destino de gato muerto.

La sangre del cantor de callejones no es roja, ni abundante, ni caliente; Tan negra como su viscoso lago de muerte, como su apariencia, tan rota y descosida, anormalmente doblada hacia el escorzo infinito que son sus huesos quebrados.

No tiene un plato de leche que endulze su descanso, solo números del reloj que quedaron callados, sellados, borrados, extinguidos. Un felino moribundo se muere en la vía rodada, en la vereda grisácea donde todos vamos hacia ningún sitio. Aplastado.

Mas allá de la carretera, un gato dormido asume su descanso, y, solo entonces, cerrará por fin sus ojos, y maullará a la luna.

21.10.05

el perro de lanas

Una vez has traspasado el umbral de la puerta de mi casa y, posiblemente, extinto hogar del presente y del pasado, podrás observar la mirada del perro abandonado que pulula triunfante, cercano a mi calle.

No he podido distinguir si es hembra o macho, solo sé que se forma como una conjunción de bucles de pelo y tierra, de lana, de despeinada y desaliñada inquietud, de hogar ingrato y viajero; Solitario.

Creo que se encuentra abandonado a su suerte, pues bebe de los charcos llorados del cielo y husmea, con ese botón rojizo que es su olfato, por las esquinas en busca de alimento. Es como un perfecto parásito blandito y callejero que te regala una mirada de persona envuelta en perro; Tan brillante sus ojos, tan verdes, tan redondos, tan vivos y lagrimosos como si compartieran contigo su libertad infinita, su eterno castigo de soledad canina, su andar de cuatro manos y sus patas labradas, ladradas, liadas.

El perro y su lana deben ser suaves, mullidos, tan torneado su cabello y tan esbelta su figura a modo de gran mastín real y orgulloso; Caparazonado de noches y de frío, de mantos de soledad de las basuras, de las interperies y de espinas de pescado.
Yo quisiera ser la lana de su pelo, y esconderme, multiplicadamente, dentro de su humanidad en forma de perro, formando los escorzos de sus trenzas naturales mientras me fundo con el compás de sus patas, con sus columnas marrones, con sus cadenas de cielo abierto, y buscar en él la libertad que ya posee; Acariciar el manto de la ingratitud humana, y reirme, perrunamente, de lo idiotas que somos por no traer al perro hasta la casa y compartirlo, hasta que el destino lo asuma como suyo, al fín.

ojo de patio

“Tra-la-ra-lá” cantaba el pequeño, mientras redondo jugaba en el ojo de patio, en el señuelo escondido, en la cueva ingrata. Y jugaba tan solo como solo se sentía. Tan escondido en aquel lugar oscuro, que el resto de las personas que lo escuchaban, lo ignorasen.

Estaba repleto, el ojo de patio, de cosas que significaban un nada absoluto; Una conjunción de sueños desordenados que daban a ser la basura engendra que la comunidad escondía. Era un agujero goteado por las sabanas limpias y blancas, era un sumidero de cordeles acerados que chirriaban en el momento en el que horizontales se movían, o cuando el sol golpeaba la ropa para amamantarla en el color de sus manos, de sus rayos, que gotean como las ropas al patio y los artefactos, tan simples y mojados, que humedecen como si llorasen el arrinconamiento infinito que el ojo de patio con niño solitario siente.

Una bicicleta, lavadoras, trozos insersibles de suelos no adosados ni impuestos, plásticos y ratas, rotos de plenilunio que se asientan en cualquier rincón. Restos del pasado que advierten que una vez fueron algo antes de caer de alguna ventana alumínica y, por qué no decirlo, demoniaca.

Sin embargo, algo tiene el ojo patio que al niño gusta. Quizá sea el silencio que le embriaga. Quizá la sombra torcida que asumible le acompaña.
El ojo le invita, le responde con su eco, con sus juegos de azulejos transformados en pasado y le borda sus “Tra-la-ra-lá”, sus corros de la patata que descuelga en su ojo zurcido, en su óbice cuadrado.

El niño, que cayó perdido de una ventana de arriba, tal que la que roza la azotea donde el sol se digna a acercarse. Pero el niño ya no recuerda su cuerpo, ni su madre, ni el momento en el que cayó sin importarle que el arpa de los cordeles lo abrazazen levemente, hasta dejarlo caer al suelo, húmedo y rojizo, solitario al fín y al cabo, del ojo de patio que lo acompaña y lo alimenta con abrazos.

El niño no recuerda cual era su ventana. Hace tanto tiempo de eso que ya no tiene la importancia. Solo sabe que es temprano para volver a subir por la repintada y amarilla tubería, e indagar en cada recuerdo colgado y convertido en ventana del pasado, por donde una vez cayó al ojo patio. Ni siquiera tiene hambre. Aun es temprano.

El ojo de patio no dice nada; Es raro que se presente de alguna forma. Solo sabe esconder los restos de la humanidad que extraña vez vuelven a salir del atolladero de sobras, de la puerta hacia el caos escondida en la fachada del bloque, en la parte de atrás de la vivienda.

Aun asi, el ojo de patio acompaña al niño que cayó de la ventana y que se quedó a su cargo, tapándolo con las mantas de sus sombras y acariciándolo con el eco de su silencio.