14.9.18

Tic tac- dijo el reloj, pero no era tal, era un adiós. Y se fue por la vereda, a sobresaltos, a duermevela, como un suspiro, un respiro, una exhalación que se adelanta -como un reloj- .Eran sus patas las manecillas locas, de diferente altura, tamaño, complexión. No era perfecto, ni redondo, ni de plata ni dorado ni de cobre o de latón.
Solo era un reloj.
Con sus prisas, sus retardos, su valor. Cantaba en el silencio como en el jardín la flor. Y su risa era el tormento del momento anterior, cuando los segundos eran antes, cuando no todo pasó, cuando aún quedaba tiempo.
Cuando aún no era reloj.
Tic-tac, dijo el reloj, y tras su sombra, un zumbido aturdidor, un pasado acomplejado, tal vez dos. Y un minuto incandescente. Y el adiós. Y la nada lo era todo y el reloj solo reloj, pese a todo, en el camino, el respiro, la canción de segundos que era solo aquel sonido afilador, el tic tac, el corazón alejado y alienado de un reloj, todo él, su dolor, todo si y todo no.
Solo reloj, y tic tac, y un zumbido de color.
Era un paso torcido, el gato dormido del callejón, con sus idas y venidas, con sus cosas de reloj. Daba su sitio al tiempo, al pasado, al rencor, al presente al futuro, al perdón, con sus locas manecillas, con sus brazos de licor. Era el sólido engranaje de un pretérito anterior.
Tic-tac, dijo el reloj, mientras todo se paraba.
Tic-tac, dijo el reloj, cuando todo continuó.

Antoño Negrete.

22.11.17

Nunca es mal momento para volver a ser, aun cuando olvidamos lo que somos y queremos o anhelamos. La vida es paciencia, intriga, tedio, vacío. La vida es olores y sabores y colores vivos que visten a los muertos. o no. O la vida simplemente es lo que pasa a lo largo y ancho del tiempo,
A veces uno necesita un faro, un haz de luz que te indique el camino a seguir. A veces el camino está embarrado, o escondido o simplemente se toma el equivocado porque distraído las losas son amarillas y brillan.
Pero resbalan.
A veces uno pierde el tiempo mirando como el tiempo se escapa. Se aturde y declama en silencio cada uno de los minutos que se te clavan en las primeras canas. Y recuerda que todo se cose, que todo se engarza, que nada se rompe para siempre, pero las horas no vuelven y pierdes el sentido, el norte, y ya no eres el niño que se pelaba las rodillas y enseñaba los dientes, con los pantalones- odiosos- cortos en azul marino.
El tiempo se escapa y nosotros nos quedamos, diciendo adiós con la manita, atolondrados, mirando de soslayo el reloj que nos conmueve y nos recuerda que somos un tic-tac, un mísero movimiento de una viola afinada- de las que lloran y hacer llorar entre ecos de ultratumba, cuando la música es una espada que te raja el alma y sangras bemoles y te recompones y re coses, y te engarzas- un mísero segundo, un sí, un no, que lo cambia todo y lo vuelve al principio.
El tiempo es matemáticas. La aritmética del torpe que lo pierde mientras otros lo ganan- o eso piensan- el tiempo es asomarte al espejo y ver el ayer, el hoy, el mañana. El tiempo es asomarte al espejo y no ver nada más que la carne que sustenta tus ojos cansados. El tiempo es romper el espejo y danzar un vals con el perro, en la tarde. El tiempo, tan infinito en el llanto de un niño, tan certero en una despedida sin besos, tan caótico como el clima que enfría tu mente y calienta el corazón, sigue siendo tiempo; en el reloj que te muerde la muñeca, en la página dolorosa- y amorosa, a partes iguales- de Rayuela, en la mañana de despertadores y gruñidos, en el café solitario y periódico y cigarro mientras imploras que nadie te moleste, por favor.
El tiempo se busca, pero nunca se encuentra porque se gasta tiempo buscando tiempo para el perder el tiempo y vuelta a empezar, como una rueda. Como una rueca, como una moneda de tiempo que tiembla en la mesa hasta que cae cara. O cruz. El tiempo es llorar a solas mientras todo pasa, el tiempo es reír hasta que te salgan llagas. El tiempo es elegir la tecla del piano y acertar la escala.
El tiempo es comprender que he muerto esta noche, para renacer mañana.

4.6.16

Solo pensaba el disparo de placer que sentía al comerle la boca

Solo pensaba el disparo de placer que sentía al comerle la boca, cuando el tiempo dejaba de transcribirse en segundos y todo era nada y la nada se consumía entre saliva, aliento y tirones de pelo. Ni siquiera aún estaba desnuda; quizás nunca llegaría a desvestirla, se le acababa la vida entre torniquetes, lenguas y lametones en el cuello. Demasiada ropa, demasiada tela entre sus manos y el cuerpo en el que iba a sucumbir entre lamentos placenteros, odas a los dioses, trazas de Bourbon y  comentarios soeces. Cuando el instinto acabó con el pensamiento, le agarró del cabello, haciendo remolinos con la muñeca mientras su otra mano buscaba mojarse en fluidos ajenos. Ya había dejado de ser, ahora solo sentía. Los botones saltaron, los suyos, los de ella, como cascaras de frutos que iban a ser comidos con ansia y desenfreno, con el miedo a que se te escape una presa entre las zarpas, con el mismo terror pueril de ver derretido un helado por el calor asfixiante antes de poder comerlo, lamerlo, acariciarlo con los labios y degustarlo como si el único sentido posible  fuera el gusto- entre dulce, salado y pegajoso, maná de cualquiera de las religiones-.
Ya no había razón, solo fuego, aliento, miradas con ojos entrecortados, telones caídos buscando el negro del silencio, de la concentración más absoluta al quejido con la boca abierta, al respingo, a los  vellos erizados, a la suave nuca con olor persistente a perfume mezclado con licor caro.- donde habrá quedado el hielo.-
.- Esto no es amor...- quiso decir ella, pero solo balbucía jadeos azarosos de la boca, y uñas clavadas y alaridos que la convertía en una ese, en un elemento descoordinado que apenas podía mantener las piernas rectas, en un alambique de sudor y mantras, en imágenes que iban y venían de su mente en apenas segundos; sus brazos, su boca, su maldita boca perfecta entre malva y azulada que convertía un beso en un martilleo de sensaciones, su pelo abstracto, su boca, los oscuros besos prensiles de su amarga boca  malva y azulada, como sus pómulos ahora que el maquillaje había caído como el decoro, colgado en una de las sillas, junto a la camisa destrozada sin apéndices que antes era dinero y ahora jirones como su conciencia  o su voluntad. Ya no eran sociedad, ni pensamiento, ni humanidad, solo golpes secos frente a una espalda mojada con los brazos apoyados en la mesa, suaves bocados en los hombros, caricias profundas en sus duras tetas – a su edad y sin silicona, quien lo diría- dedos jugueteando en arcanos prohibidos, briznas de sangre de labios mordidos sin comprensión ni compasión, calor y quemazón en la piel, pureza animal, suspiros y suspiros y quejidos y frases entrecortadas que nadie escuchaba.

Y renacer, al fin, entre fuegos, sábanas  y convulsiones.

7.9.15

A Jose.



Tengo un amigo. Al que quiero mucho. Y se lo digo poco. Se lo digo poco porque nuestra generación es más de abrazos y brindis de cervezas que de palabras sinceras;  menoscabamos el ideal del cariño, del amor, por hacernos más hombres, más duros, pero menos sinceros y acabamos enrocándonos en nuestra propia dureza antes que soltar prenda. Y entonces callamos y no entendemos que los sentimientos son para expresarlos, para regalarlos, para compartirlos, y a veces se nos hace tarde y solo rogamos que en la distancia el mensaje haya sido entendido y el cariño, aun no mostrado, sea correspondido.

Tengo un amigo, al que quiero mucho, y quizás lo dije poco.

Pero te echo de menos, en nuestras guerras de puestos, en la técnica y los entrenos, en los chascarrillos de la taberna improvisada que es un bar cualquiera donde nos aposentamos, en el día a día de la lejanía que da la vida, que nos separa en caminos, pero en que cierto modo nos enseña que nadie se va verdaderamente cuando acude a una llamada de teléfono, a un correo, a un grito de guerra, al miércoles que nos dora la existencia y nos da la vida, nos aparta de malos momentos y de los malos pensamientos. Aunque ya no brille tanto, ahora que se ven menos las estrellas.
Tengo un amigo que es un sol eterno, un recuerdo perpetuo, un tesoro escondido, que me enseña que nada es importante salvo la fuerza de la supervivencia, el tesón, el amor cualquier cosa que ames; a  un deporte, por ejemplo,  que solo puede ser sinónimo de confianza y compañerismo; familia, al fin y al cabo, aunque los apellidos no se enreden y los nombres ya no sean importantes. El cariño se hila con paciencia, tiempo, placer, dolor y sentimientos, y espero que el bordado haya sido, por lo menos, sincero.

Tengo un amigo filósofo en la vida que creó una familia para el resto, que desdeñó su propia importancia en esa familia para que cada vez fuera más grande y hermosa, y plural, que dio entrada a su rebaño a ovejas negras, hasta propios oponentes que más tarde aprenderían a darle su lugar. Que generoso, que grande, que te quiero.

Tengo un amigo que se me escapa como arena por la punta de los dedos, y es tan injusto que no hay palabras o lágrimas para describirlo, no las encuentro, e intento asimilarlo porque cada dolor suyo es dolor nuestro, cada caída o remontada, cada anhelo o espera ha sido una muesca en nuestra madera, en nuestro cuerpo, en nuestra alma. Ahora que ya todo ha pasado dudo entre ahogarme en lágrimas o sufrir la alegría velada de saber que descansas plácidamente en un tiempo muerto, agotado, pero sonriente, porque tu victoria es hacernos entender que ser fuerte no es ser rápido, o ágil o duro, o dotado. Tu victoria nos enseña que la fuerza, la amistad, el amor y todo lo que representa se nos regala en envoltorios inesperados, en pequeñas dosis, escondidas, que hacen que apenas te des cuenta de lo importantes que son las personas que tienes a la vera, los pequeños detalles que antes no eran importantes y que ahora serán emblema de nuestra historia, como tu recuerdo entre nosotros.

Tengo un amigo que hace que mis lágrimas sean dulces, porque a pesar de la tristeza que es perderte nos has dado vida, nos enseñas que todo a lo que dedicábamos esfuerzos no son nada más que coeficientes baldíos de una vida efímera que  nos abandona cuando menos lo esperamos. Nos das fuerza e intentamos perdonarnos cuando entendemos ahora que aquellos dolores que nos daban risa ahora son dolores que nos dan rabia, que somos menos importantes de lo que creemos. Que la vida es un suspiro que se toma con una cerveza en la mano y que la persona que menos esperas es la que consigue que la muerte se aleje lo suficiente como para que te admire y, entonces, solo entonces, te mire a los ojos y reconozca que hasta cuando uno pierde tiene que ser un caballero y dar la mano, aceptar el destino y sacar pecho de las batallas ganadas. Te admiro.

Tengo un amigo, un verdadero amigo  que a partir de hoy será eterno, para nosotros, para siempre.




Te queremos Jose, Nos vemos el miércoles, después del entreno, en el bar.