21.10.05

el perro de lanas

Una vez has traspasado el umbral de la puerta de mi casa y, posiblemente, extinto hogar del presente y del pasado, podrás observar la mirada del perro abandonado que pulula triunfante, cercano a mi calle.

No he podido distinguir si es hembra o macho, solo sé que se forma como una conjunción de bucles de pelo y tierra, de lana, de despeinada y desaliñada inquietud, de hogar ingrato y viajero; Solitario.

Creo que se encuentra abandonado a su suerte, pues bebe de los charcos llorados del cielo y husmea, con ese botón rojizo que es su olfato, por las esquinas en busca de alimento. Es como un perfecto parásito blandito y callejero que te regala una mirada de persona envuelta en perro; Tan brillante sus ojos, tan verdes, tan redondos, tan vivos y lagrimosos como si compartieran contigo su libertad infinita, su eterno castigo de soledad canina, su andar de cuatro manos y sus patas labradas, ladradas, liadas.

El perro y su lana deben ser suaves, mullidos, tan torneado su cabello y tan esbelta su figura a modo de gran mastín real y orgulloso; Caparazonado de noches y de frío, de mantos de soledad de las basuras, de las interperies y de espinas de pescado.
Yo quisiera ser la lana de su pelo, y esconderme, multiplicadamente, dentro de su humanidad en forma de perro, formando los escorzos de sus trenzas naturales mientras me fundo con el compás de sus patas, con sus columnas marrones, con sus cadenas de cielo abierto, y buscar en él la libertad que ya posee; Acariciar el manto de la ingratitud humana, y reirme, perrunamente, de lo idiotas que somos por no traer al perro hasta la casa y compartirlo, hasta que el destino lo asuma como suyo, al fín.

ojo de patio

“Tra-la-ra-lá” cantaba el pequeño, mientras redondo jugaba en el ojo de patio, en el señuelo escondido, en la cueva ingrata. Y jugaba tan solo como solo se sentía. Tan escondido en aquel lugar oscuro, que el resto de las personas que lo escuchaban, lo ignorasen.

Estaba repleto, el ojo de patio, de cosas que significaban un nada absoluto; Una conjunción de sueños desordenados que daban a ser la basura engendra que la comunidad escondía. Era un agujero goteado por las sabanas limpias y blancas, era un sumidero de cordeles acerados que chirriaban en el momento en el que horizontales se movían, o cuando el sol golpeaba la ropa para amamantarla en el color de sus manos, de sus rayos, que gotean como las ropas al patio y los artefactos, tan simples y mojados, que humedecen como si llorasen el arrinconamiento infinito que el ojo de patio con niño solitario siente.

Una bicicleta, lavadoras, trozos insersibles de suelos no adosados ni impuestos, plásticos y ratas, rotos de plenilunio que se asientan en cualquier rincón. Restos del pasado que advierten que una vez fueron algo antes de caer de alguna ventana alumínica y, por qué no decirlo, demoniaca.

Sin embargo, algo tiene el ojo patio que al niño gusta. Quizá sea el silencio que le embriaga. Quizá la sombra torcida que asumible le acompaña.
El ojo le invita, le responde con su eco, con sus juegos de azulejos transformados en pasado y le borda sus “Tra-la-ra-lá”, sus corros de la patata que descuelga en su ojo zurcido, en su óbice cuadrado.

El niño, que cayó perdido de una ventana de arriba, tal que la que roza la azotea donde el sol se digna a acercarse. Pero el niño ya no recuerda su cuerpo, ni su madre, ni el momento en el que cayó sin importarle que el arpa de los cordeles lo abrazazen levemente, hasta dejarlo caer al suelo, húmedo y rojizo, solitario al fín y al cabo, del ojo de patio que lo acompaña y lo alimenta con abrazos.

El niño no recuerda cual era su ventana. Hace tanto tiempo de eso que ya no tiene la importancia. Solo sabe que es temprano para volver a subir por la repintada y amarilla tubería, e indagar en cada recuerdo colgado y convertido en ventana del pasado, por donde una vez cayó al ojo patio. Ni siquiera tiene hambre. Aun es temprano.

El ojo de patio no dice nada; Es raro que se presente de alguna forma. Solo sabe esconder los restos de la humanidad que extraña vez vuelven a salir del atolladero de sobras, de la puerta hacia el caos escondida en la fachada del bloque, en la parte de atrás de la vivienda.

Aun asi, el ojo de patio acompaña al niño que cayó de la ventana y que se quedó a su cargo, tapándolo con las mantas de sus sombras y acariciándolo con el eco de su silencio.