4.6.16

Solo pensaba el disparo de placer que sentía al comerle la boca

Solo pensaba el disparo de placer que sentía al comerle la boca, cuando el tiempo dejaba de transcribirse en segundos y todo era nada y la nada se consumía entre saliva, aliento y tirones de pelo. Ni siquiera aún estaba desnuda; quizás nunca llegaría a desvestirla, se le acababa la vida entre torniquetes, lenguas y lametones en el cuello. Demasiada ropa, demasiada tela entre sus manos y el cuerpo en el que iba a sucumbir entre lamentos placenteros, odas a los dioses, trazas de Bourbon y  comentarios soeces. Cuando el instinto acabó con el pensamiento, le agarró del cabello, haciendo remolinos con la muñeca mientras su otra mano buscaba mojarse en fluidos ajenos. Ya había dejado de ser, ahora solo sentía. Los botones saltaron, los suyos, los de ella, como cascaras de frutos que iban a ser comidos con ansia y desenfreno, con el miedo a que se te escape una presa entre las zarpas, con el mismo terror pueril de ver derretido un helado por el calor asfixiante antes de poder comerlo, lamerlo, acariciarlo con los labios y degustarlo como si el único sentido posible  fuera el gusto- entre dulce, salado y pegajoso, maná de cualquiera de las religiones-.
Ya no había razón, solo fuego, aliento, miradas con ojos entrecortados, telones caídos buscando el negro del silencio, de la concentración más absoluta al quejido con la boca abierta, al respingo, a los  vellos erizados, a la suave nuca con olor persistente a perfume mezclado con licor caro.- donde habrá quedado el hielo.-
.- Esto no es amor...- quiso decir ella, pero solo balbucía jadeos azarosos de la boca, y uñas clavadas y alaridos que la convertía en una ese, en un elemento descoordinado que apenas podía mantener las piernas rectas, en un alambique de sudor y mantras, en imágenes que iban y venían de su mente en apenas segundos; sus brazos, su boca, su maldita boca perfecta entre malva y azulada que convertía un beso en un martilleo de sensaciones, su pelo abstracto, su boca, los oscuros besos prensiles de su amarga boca  malva y azulada, como sus pómulos ahora que el maquillaje había caído como el decoro, colgado en una de las sillas, junto a la camisa destrozada sin apéndices que antes era dinero y ahora jirones como su conciencia  o su voluntad. Ya no eran sociedad, ni pensamiento, ni humanidad, solo golpes secos frente a una espalda mojada con los brazos apoyados en la mesa, suaves bocados en los hombros, caricias profundas en sus duras tetas – a su edad y sin silicona, quien lo diría- dedos jugueteando en arcanos prohibidos, briznas de sangre de labios mordidos sin comprensión ni compasión, calor y quemazón en la piel, pureza animal, suspiros y suspiros y quejidos y frases entrecortadas que nadie escuchaba.

Y renacer, al fin, entre fuegos, sábanas  y convulsiones.