15.6.09

PLANTEAMIENTO DE UN PROBLEMA DERIVADO DEL PESO DEL DESEO.

Si cada acto tiene su reacción; si cada segundo que ahora pasa por delante de mis ojos, cacareándose, metiendo las manos en sus bolsillos de tiempo pasado, entonces…¿ Cual es la reacción de una mirada dormida? ¿ Qué es lo contrario a un bostezo del sueño?

Supongo, siempre por suponer, pero nunca dando datos ni exponiendo verdades escondidas que no convencen a nadie en particular, que somos la suma de lo que hacemos, solo que al cuadrado.

Me explico:

Si un violinista en potencia, un virtuoso encandilador artista de la guitarra poeta, del instrumento que llora, del colchón de melodías, no pudiera ejercer su profesión dedicada y de forma amorosa; si el azar del destino en el que por cierto nunca quise creer, hubiera deseado que ese mismo artista nunca alcanzare el motivo de su virtud ¿ Qué sería? ¿ Qué sentiría?
Pongamos ejemplos:

- Un sibarita musical perdido entre el odio que profusa a los músicos y la envidia perfida que le corroe.
- Un vendedor de libros que nunca lee y que solo recomienda obras de oidas.
- Un operario de una cadena de montaje en algún pueblo perdido del norte de España. Con suerte se jubilará a los cincuenta y cinco y morirá a los sesenta del aburrimiento.
- Un ahorcado.
- Un funcionario del estado, que aprobó por los pelos y que por las tardes, por ese azar del destino antes reflejado, comprará una guitarra de quince mil pesetas y se adentrará, sin saberlo, en su vocación perdida en los manantiales de la coincidencia.

Entiendo que este decálogo de situaciones le pueda resultar chocante, pero por desgracia es tan cierto como la vocación que ahora me sonsaca y que quiere evitar que un servidor termine enroscando tuercas en cualquier taller de reparaciones con jefe imbecil incluido.

Resulta tan sencillo de ver:

S= H2 ( Somos lo que hacemos al cuadrado)

Parece que la firma el mismísimo Einstein, ¿ Verdad? Añadamos un ejemplo práctico a esta formula:
Supongamos que el valor del alma de cualquier persona que no hace nada por sentirse como tal, tenga una equivalencia al valor de cero.
Démosle a ese alma una variable, como por ejemplo, la equis (x)

La equis. Esa letra que produce deseo y odio al mismo tiempo, ese molino de viento que se escucha en el oido de nuestra malograda moral, ese sello pegado y lacrado por la indecencia, o por la descarada insistencia por lo prohibido que, en mayor o menor medida, todos deseamos. La equis, ese algoritmo inequívoco y sincero que desemboca en cierto modo en el ámbito de lo perdido, de lo codiciado, de lo deseado, en la mirada del amigo, en el trasero rimbombante de la desconocida que traspasa nuestro camino con un marcado halo de sensualidad y de picaresca. El beso deseado de los tiernos labios del vecino, el fantasma de la perversión, es una forma de decirlo, del gusto por lo extraño o simplemente revelador.

Perdón, creo que me he excedido un tanto. Sigamos.

Recordemos el alma que antes nombrábamos y su equivalencia en números.
Si aplicásemos la fórmula antes indicada:

S=H2; somos lo que hacemos al cuadrado;

S=X2; X=0;S=0

Expongamos el valor de X y razonemos su valor.

Hablábamos anteriormente de la capacidad innata del ser humano de adentrarse en la felicidad que uno desea y que, sin embargo, hallarla plenamente es virtualmente imposible.

Pongamos aquí el ejemplo del amor entre una pareja. Supongan, aunque sea por un segundo, que durante toda la vida que les ha tocado construir sintieran la sensación primera e inequívoca del amor: el flechazo. Imaginen que ese sentimiento, ese paladar de miradas furtivas, ese calor de colores rojizos en el que se bañan los músculos al inhalar el tacto de la persona deseada, les acompañara durante el resto de sus dias. Al principio sería grandioso, mágico, esperpénticamente glorioso. Tocar el amor por la mañana, lavarte los amores en el baño despues de desayunar o la gente del trabajo te criticaría por llevar el amor sucio; hacer el amor sintiendo el amor antes de hacerlo, con la consiguiente perdida del cigarrillo de despues que, aunque con ello ganásemos cinco minutos más de vida, perderiamos media hora de placer de grisaceo humo de tabaco.
Imaginenlo. Desastroso…¿ verdad?

Porque pasado el tiempo, maldito el tiempo- que tan breve se nos escurre como arena por las manos- nos acostumbrariamos al amor que sentimos, y éste se volvería perezoso y caduco, a pesar de su fragancia y sería tan flagrante el olvido de lo que sentimos, que ya nunca sentiriamos nada parecido. Aunque en realidad lo sintieramos. o no.

De esta afirmación sacamos tres enormes conclusiones:

Que el amor, continuo y perenne sería la autodestrucción del mismo.

Que ese sentimiento perpetuo se convertiría en la vacuna de próximos, e imposibles de sentir, amores ciertos y bellos.

Que todo esto es una milonga, y que ay por dios, no se molesten.

11.6.09

de la vida y las mariposas

A veces todo se termina o acaba en el momento que damos cuenta que no tiene sentido, ni lugar, ni tiempo. La vida es un tramo bizarro de una alegre partida donde siempre perdemos y perdemos y perdemos sin remisión alguna; tendemos a creer que todo tiene un sentido, que vivimos de instintos y causalidades – o casualidades, o algo parecido- que nos llevan en volandas hacia donde supuestamente nos merecemos. Creemos ver señales que nos incitan a seguir por un cierto camino hasta llegar al lugar acordado, hacia donde queremos, o necesitamos estar, o simplemente donde nos llevan de la mano. La vida es justa e injusta, o eterna, o caduca, siempre depende de cómo la tomemos, o miremos, o disfrutemos; se acaba en instantes y se vive por siempre, pese al tiempo que utilizamos para disfrutar de ella, para sufrirla, odiarla o abrazarla como si fuera – en realidad, es- la única forma de seguir cuerdo.



A veces creemos que tenemos el todo el tiempo del mundo para desempeñar algo mas que la evolución de nuestro ego- aun cuando no entendemos que el tiempo es la última gota que llena el vaso de otro- de nuestras sensaciones, de nuestra causa, y pretendemos esconder el resto de las cosas para que todo se simplifique; jugamos a pensar que todo es permisible para que nuestros deseos se sientan satisfechos. Quién no engaña a un amigo para rescatar un tesoro, para quedárselo, para arrebatarlo. Quién no calla una verdad para que el resto parezca mentira, quién no ha pensado alguna vez que el mundo es una conspiración en nuestra contra y tenemos que luchar contra todo y todos para resultar libres. A veces la propia vida nos vuelve locos con sus mensajes encontrados. Te da lo que te quita y a la vez te lo regala, te hunde en la miseria, te eleva, te engarza con los mejores y más preciados recuerdos y te traslada a las mismísimas calderas de Pedro Botero, te anuncia un beso y te regala un puñal o al contrario; te saca del averno y te dota de alas para que vueles el tiempo establecido antes de caer al precipicio. Te hiere, te ama, te mata.



A veces, simplemente toda nuestra vida es mentira. Desde el nacimiento, al menos, y creemos que algo nos maniata o nos empuja por defecto a recorrer un camino que no es el nuestro, el elegido, el que realmente nos engrandece, el que nos hace sentir plenos, perfectos, dioses; miramos por la ventana y acertamos a divisar todo lo que una vez no seremos por una acción mal acometida, una negación no mostrada, un “de acuerdo” sin convicción sincera, y entonces todo cambia, las casas se hacen edificios, las calles cambian de nombre y tu cabello se vuelve cano y resulta que todo ha pasado sin pena ni gloria, ni vida. Quién no ha muerto de cáncer por no negarse a tomar el primer cigarrillo, quién no pierde a una esposa, el amor de su vida, su vida entera, por dejarla bailar con un desconocido, o bien por un desconocido disfrazado de conocido, o amigo, o fiel compañero de fatigas- las tuyas- que te enseña que nada es tuyo si no vuelve por su propio pie, quién no es nadie por haber querido ser alguien en el momento equivocado, quién no se ha lamentado por un error cometido en el pasado, aun cuando el pasado solo es tiempo presente, porque permanece pese al paso del tiempo, o del pasado, o simplemente se transmuta en presente y viene a recordarte que el pasado es imborrable, que aguanta sereno las embestidas de nuestra mente para olvidarlo, para acicalarlo de cosas bonitas, para soñarlo en sepia, y en realidad es la mano que nos guía para acariciar el futuro, o entenderlo, o simplemente negarlo.



La vida es una mariposa que vuela para nadie, que permanece alejada mientras revolotea en violeta para nosotros. A veces la vida es un trozo de nada atragantado en la garganta, la parte del todo que nunca sentiremos, la media espada que solivianta el pescuezo.



La vida es el extracto de todas las lágrimas que nunca lloramos, la parte de la sonrisa que tapamos con la boca, el deseo de ver el amanecer mientras seguimos dormidos.



La vida es ayer, y parte de hoy, y quizás mañana, para siempre.