14.11.05

LOS PÁJAROS.

Mira como los pájaros juguetean a traves del aire, como se internan en el eter para poder paladear la sensación de luminidad que sus alas, grises y meditabundas, redundan sobre el mismo aire que respiro y vuelan.

Y juegan a cogerse, a piar intrínsecos como si el hambre o el jolgorio los hicieran convertirse en una mañana de estallidos, en un eclipse de luz, en una amapola rojiza; infectan por simpatía la amalgama de sus trinos, sopranos y discordantes, entre los árboles frondosos que los arropan.

Yo les echo pan y ellos se acercan, como si para ellos un duro mendrugo de maiz fuera la flauta de Hamelín de gorriones, como si la propia vida eólica se les escapara por sus bocas de piñoncitos; Esos quesitos amarillos y triangulares, encorsetados por las boqueras y radiantes sus cabecitas que hacen marco de sus ojos redondos, vivos, menudos, agudos, incansablemente oriundos y habilidosos, incapaces de permanecer quietos o callados.

Luego saltan y se esfuman, de derraman por el aire como una lluvia invertida desde el suelo al cielo. Y se van como han venido, posándose en las ramitas cayosas de los árboles y en las motas de polvo ceniza de la ventana por donde los observo. Y se alejan para volver a formar la nube de graznidos que se funde con los quicios de las ventanas y las antenas que mortifican el urbano e inhumano paisaje; se queda la manta de grises que le dan colorido a mis oidos, mi ventana, mis alas invisibles que lloran por no volar con ellos; de rama en rama, de pio a pio y saltaremos con las patas juntas y enjutas, anaranjadas.

Yo no vuelo, no me dejan, pero entre mirada y sonrisa, pellizco el mendrugo de pan y me siento a escuchar como cantan.

En breve atardece y corre el tiempo hasta llegar a la noche. Y los pájaros duermen con las boquitas abiertas, entre las ramas, entre las patas. Su pan duro es el frío que los violenta. Y así quedan, como molletes redondos y emplumados en un mostrador de verde, bajo el negro del cielo, con sus ojos cerrados…

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