14.11.05

EL GATO MUERTO

Un gato callado hace gala de su silencio, en la carretera.
No dice nada, ni siquiera vive, solo hace caso omiso a la circulación fluida del tráfico y permanece tan quieto, que cualquiera diría que esos ojos amarillos, tan reales y rasgados como el resto de su cuerpo, te mirasen y te señalasen con el dedo culpable de su destino de gato muerto.

La sangre del cantor de callejones no es roja, ni abundante, ni caliente; Tan negra como su viscoso lago de muerte, como su apariencia, tan rota y descosida, anormalmente doblada hacia el escorzo infinito que son sus huesos quebrados.

No tiene un plato de leche que endulze su descanso, solo números del reloj que quedaron callados, sellados, borrados, extinguidos. Un felino moribundo se muere en la vía rodada, en la vereda grisácea donde todos vamos hacia ningún sitio. Aplastado.

Mas allá de la carretera, un gato dormido asume su descanso, y, solo entonces, cerrará por fin sus ojos, y maullará a la luna.

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