14.9.18

Tic tac- dijo el reloj, pero no era tal, era un adiós. Y se fue por la vereda, a sobresaltos, a duermevela, como un suspiro, un respiro, una exhalación que se adelanta -como un reloj- .Eran sus patas las manecillas locas, de diferente altura, tamaño, complexión. No era perfecto, ni redondo, ni de plata ni dorado ni de cobre o de latón.
Solo era un reloj.
Con sus prisas, sus retardos, su valor. Cantaba en el silencio como en el jardín la flor. Y su risa era el tormento del momento anterior, cuando los segundos eran antes, cuando no todo pasó, cuando aún quedaba tiempo.
Cuando aún no era reloj.
Tic-tac, dijo el reloj, y tras su sombra, un zumbido aturdidor, un pasado acomplejado, tal vez dos. Y un minuto incandescente. Y el adiós. Y la nada lo era todo y el reloj solo reloj, pese a todo, en el camino, el respiro, la canción de segundos que era solo aquel sonido afilador, el tic tac, el corazón alejado y alienado de un reloj, todo él, su dolor, todo si y todo no.
Solo reloj, y tic tac, y un zumbido de color.
Era un paso torcido, el gato dormido del callejón, con sus idas y venidas, con sus cosas de reloj. Daba su sitio al tiempo, al pasado, al rencor, al presente al futuro, al perdón, con sus locas manecillas, con sus brazos de licor. Era el sólido engranaje de un pretérito anterior.
Tic-tac, dijo el reloj, mientras todo se paraba.
Tic-tac, dijo el reloj, cuando todo continuó.

Antoño Negrete.

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