Solo pensaba el disparo de placer que sentía al comerle la
boca, cuando el tiempo dejaba de transcribirse en segundos y todo era nada y la
nada se consumía entre saliva, aliento y tirones de pelo. Ni siquiera aún
estaba desnuda; quizás nunca llegaría a desvestirla, se le acababa la vida
entre torniquetes, lenguas y lametones en el cuello. Demasiada ropa, demasiada
tela entre sus manos y el cuerpo en el que iba a sucumbir entre lamentos placenteros,
odas a los dioses, trazas de Bourbon y comentarios soeces. Cuando el instinto acabó
con el pensamiento, le agarró del cabello, haciendo remolinos con la muñeca
mientras su otra mano buscaba mojarse en fluidos ajenos. Ya había dejado de
ser, ahora solo sentía. Los botones saltaron, los suyos, los de ella, como cascaras
de frutos que iban a ser comidos con ansia y desenfreno, con el miedo a que se
te escape una presa entre las zarpas, con el mismo terror pueril de ver
derretido un helado por el calor asfixiante antes de poder comerlo, lamerlo,
acariciarlo con los labios y degustarlo como si el único sentido posible fuera el gusto- entre dulce, salado y pegajoso,
maná de cualquiera de las religiones-.
Ya no había razón, solo fuego, aliento, miradas con ojos
entrecortados, telones caídos buscando el negro del silencio, de la
concentración más absoluta al quejido con la boca abierta, al respingo, a
los vellos erizados, a la suave nuca con
olor persistente a perfume mezclado con licor caro.- donde habrá quedado el
hielo.-
.- Esto no es amor...- quiso decir ella, pero solo balbucía
jadeos azarosos de la boca, y uñas clavadas y alaridos que la convertía en una
ese, en un elemento descoordinado que apenas podía mantener las piernas rectas,
en un alambique de sudor y mantras, en imágenes que iban y venían de su mente
en apenas segundos; sus brazos, su boca, su maldita boca perfecta entre malva y
azulada que convertía un beso en un martilleo de sensaciones, su pelo abstracto,
su boca, los oscuros besos prensiles de su amarga boca malva y azulada, como sus pómulos ahora que el
maquillaje había caído como el decoro, colgado en una de las sillas, junto a la
camisa destrozada sin apéndices que antes era dinero y ahora jirones como su
conciencia o su voluntad. Ya no eran
sociedad, ni pensamiento, ni humanidad, solo golpes secos frente a una espalda
mojada con los brazos apoyados en la mesa, suaves bocados en los hombros,
caricias profundas en sus duras tetas – a su edad y sin silicona, quien lo
diría- dedos jugueteando en arcanos prohibidos, briznas de sangre de labios
mordidos sin comprensión ni compasión, calor y quemazón en la piel, pureza
animal, suspiros y suspiros y quejidos y frases entrecortadas que nadie
escuchaba.
Y renacer, al fin, entre fuegos, sábanas y convulsiones.
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